Retiro global ¿Una oportunidad para el cambio?

3 de Junio de 2020

La Ciudad de Buenos Aires vacía. El Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, ¿será la oportunidad para meditar y gestar el cambio que necesitamos ? . Foto: Shutterstock.

Por María Eugenia Di Paola, Coordinadora del área de Ambiente y Desarrollo Sostenible PNUD Argentina   @marudipaola

Desde muy joven los retiros significaron espacios muy importantes para mí, y me ayudaron a tomar decisiones o madurar pasos en mi vida. En medio de esta pandemia, que nos fuerza a este retiro colectivo que significa el Aislamiento Social Preventivo Obligatorio (ASPO), no puedo dejar de remitirme a mis momentos de retiros, espirituales, analíticos, y realizar las preguntas existenciales clásicas de evaluación de nuestra vida como sociedad en nuestro planeta: ¿Cómo estamos? ¿Cómo llegamos hasta acá? ¿Cómo queremos estar? ¿Queremos en realidad cambiar?

¿Cómo estamos? 

Claramente bien no estamos; la desigualdad y el maltrato infringido a la naturaleza, presentan cifras cada vez más alarmantes en lo que son dos caras de una misma moneda en la relación entre los seres humanos y nosotrxs con los ecosistemas. La temperatura del planeta ya aumentó un grado en comparación a los niveles preindustriales y el mundo sabe que no debe aumentar más de 1.5º y sin embargo cuesta mucho llegar a ese objetivo a nivel global.

El ritmo de extinción de especies avanza a pasos agigantados y estamos frente a lo que puede ser una 6ta extinción masiva, no obstante, los medios de producción preeminentes continúan siendo insostenibles y agudizan la desigualdad. Los índices de pobreza y de distribución desigual de la riqueza en la población, no solo son per se un problema, sino que también representan una caja de resonancia de los conflictos ambientales, ya que son las poblaciones en situación de vulnerabilidad las primeras en sufrir las consecuencias y últimas en acceder a los beneficios, dado que muchas veces poseen una relación muy cercana a los bienes naturales.  

¿Cómo llegamos hasta acá?

Aunque nos pese, somos artífices de nuestro destino y como humanidad hemos llegado a esta situación de desequilibrio por diversas razones, pero sin dudas, hay una que ha sido constante y que trajo de la mano los peores defectos de nuestras conductas como seres humanos: la disociación. Esto ha provocado que grandes descubrimientos, nuevas herramientas, sustancias y formas de organización no fueran suficientemente ponderadas a la luz de sus impactos ambientales, sociales y económicos y que hoy nos encontremos con esquemas de desarrollo que no podemos mantener en una estructura basada en fósiles, en el desbalance ecosistémico y la falta de valoración de los saberes tradicionales de las comunidades indígenas, de la relación cercana de las comunidades campesinas locales, y de la utilización de los recursos por parte de las poblaciones urbanas en situación marginal.

El desbalance pone de manifiesto no solo la desigualdad, sino también más propensión a que las tensiones dentro y entre los países se acrecienten y atenten contra La Paz. Diversas voces a nivel global han llamado la atención sobre este contexto, desde el MIT con el Club de Roma en los Limites del crecimiento de 1972 hasta la Encíclica Laudato Si en el 2015 que nos alerta sobre una crisis social y ecológica que requiere de un cambio individual y colectivo.

La crisis del coronavirus no significa un hecho aislado en este desequilibrio, si tenemos en cuenta la principal hipótesis de su origen zoonótico junto a las alteraciones y daños sufridos por la Biodiversidad mencionados.

¿Cómo queremos estar?

Hace 75 años como humanidad decidimos que queríamos estar unidos y hacer frente a una construcción proactiva de la Paz. El conjunto de las naciones conformó las Naciones Unidas con anclaje en el Sistema internacional de Derechos Humanos. Este Sistema presenta nada más ni nada menos cómo queremos vivir, los derechos que como seres humanos consideramos fundamentales respetar y garantizar sin ningún tipo de distinción.

Más aún, en 2015 la Asamblea de Naciones Unidas aprobó la Agenda del Desarrollo Sostenible que plantea la protección ambiental, la inclusión social y el crecimiento económico en una necesaria integralidad. Esta Agenda, también denominada 2030 por su horizonte temporal, involucra 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, entre los cuales, agua, biodiversidad terrestre y marina, clima, energía, ciudades y comunidades sostenibles, producción y consumo sostenible son parte relevante de la mano del fin de la pobreza y el hambre, la salud y el bienestar, la educación, la igualdad de género, el empleo digno, la industria y la innovación, la lucha contra la desigualdad, las instituciones sólidas y el trabajo en alianzas.

La Agenda 2030 congrega entonces los distintos logros que en materia de reconocimiento de Derechos Humanos y Ambiente vienen sucediendo desde hace 75 años. En Argentina cobra mucha relevancia teniendo en cuenta un marco jurídico constitucional que incorpora los tratados internacionales de derechos humanos, los acuerdos multilaterales sobre ambiente y un conjunto de normas ambientales comenzando a nivel nacional con La Ley General del Ambiente y las sectoriales de diversas materias tales como la protección de bosques, los glaciares y los residuos, llegando a la recientemente aprobada ley de Cambio Climático cuya sanción por el Congreso Nacional puso en valor la acción comprometida de las y los jóvenes y la confluencia de los colores políticos en este sentido.

Ahora bien, la realidad aún contrasta con lo que hemos decidido como horizonte en nuestra comunidad global y en nuestro país.

¿Queremos en realidad cambiar?  

El principio precautorio presente tanto en el ámbito internacional como en el nacional, señala que es necesario tomar medidas y cambiar la forma de actuar frente a la posibilidad de que un daño grave suceda aún cuando no exista certeza absoluta acerca de su concreción.

Un ejemplo de su importancia es el de los progresos globales en la lucha climática en los noventa aún con un sector negacionista acerca del vínculo de los gases de efecto invernadero con el calentamiento global.  Así junto con los avances de la información proveniente del IPCC y la evidencia cada vez mayor y más concluyente, las decisiones apuntan ahora a escenarios muy concretos para disminuir efectos que pueden ser irreversibles para la humanidad como el límite de aumento de temperatura de 1.5º y las necesarias medidas de adaptación para aumentar la resiliencia frente al clima, promoviendo un desarrollo bajo en carbono que no comprometa la producción de alimentos.

Sin dudas, estamos transitando en la actualidad la implementación concreta de la precaución para la toma de decisiones en torno a la actual pandemia (ASPO), y a medida que se cuenta con mayor información y certeza, se podrán ajustar progresivamente las decisiones.

Asimismo, el parate generalizado implica en algunos ámbitos una mejora en la calidad del aire; no obstante, no podemos siquiera pensar que el tipo de medida frente a una emergencia epidemiológica sea el adecuado para asumir la cuestión ambiental, porque en ese caso estaríamos justificando el bloqueo de la integración social y económica, las cuales como veíamos, son claves para la visión integral de la sostenibilidad. 

Y en ese sentido, y pensando en la reconstrucción ya desde ahora y en la post pandemia, surge una pregunta para reflexionar ¿es el miedo lo que nos va a hacer actuar precautoriamente o la solidaridad, la compasión, el respeto y la responsabilidad por las nuevas generaciones y nuestro entorno?

Parecería que la acción de las y los jóvenes nos está mostrando en voces concretas a las nuevas generaciones que ya imprimen el desarrollo sostenible en sus decisiones como ciudadanas y ciudadanos y como miembros de la sociedad. En esa línea, la lucha ambiental se ha visto desde sus orígenes pivoteada por la gente, en medio de conflictos socio-ambientales, cuyos reclamos y participación ciudadana logró a lo largo de la historia, generar  cambios a nivel estructural.


Por esta razón, y a mi entender,  cobra importancia una cuarta pata del desarrollo sostenible: la institucionalidad, y con ella el acceso a la información, la participación ciudadana y el acceso a la justicia -con casos señeros en nuestro país-, junto con el Acuerdo de Escazú a nivel regional, nos presentan que la democracia, la educación y la ciudadanía ambiental resultan fundamentales para poder acelerar la acción y generar esquemas virtuosos de cumplimiento.

Cada sector en este engranaje común se hace cada vez más presente y necesario a nivel local y global y clave para que los acuerdos y la acción, sean cada vez más ambiciosos. Los gobiernos nacionales, provinciales y municipales, las organizaciones de la sociedad civil, las instituciones educativas, las organizaciones basadas en la fe, los gremios, el sector empresarial y las organizaciones regionales y globales son parte troncal de esta comunidad que requiere de nuestro involucramiento activo.  

La transición hacia un desarrollo sostenible requiere asimismo que la inclusión social se concrete a través de la generación de los llamados empleos verdes, que puedan aunar en un marco de producción sostenible, opciones para la lucha contra la pobreza.  Resulta esencial trabajar en soluciones basadas en la naturaleza y la innovación, que consideren los bienes y servicios ecosistémicos de la biodiversidad -mediante el uso sostenible-, el involucramiento de las comunidades indígenas y campesinas, teniendo en cuenta el rol clave de las mujeres y la necesaria igualdad de género,y el acceso a los bienes vitales tales como el agua y la energía.

Así se plantean la eficiencia energética y de recursos más el crecimiento de la incidencia de las renovables,  considerando la gestión de los residuos vis a vis la cultura del descarte y la economía circular, procurando una economía para el desarrollo sostenible de triple impacto positivo: ambiental, social y económico.

En conclusión, si bien ha habido progresos normativos, de acciones de la ciudadanía, y de sectores comprometidos con cambios claves hacia el desarrollo sostenible (tales como el de las energías renovables, la agroecología y el reciclado), aún resta un largo camino por recorrer y el lapso es corto para llegar a tiempo.

Tenemos la posibilidad de tomar lo mejor de los pasos dados y profundizarlos hacia una recuperación que construya de mejor forma la vuelta a la actividad en el post pandemia -Build Back Better-, considerando la integralidad y la acción mancomunada por sobre la disociación; la precaución y acción preventiva por sobre el daño irreversible y la transición justa por sobre el sálvese quien pueda.

Las y los jóvenes nos lo están recordando todos los viernes, no dejemos de considerarlos.

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 El Secretario General de las Naciones Unidas propone seis acciones por el clima para que el trabajo en la reconstrucción se convierta en una oportunidad real de construir un mejor futuro:

Primero: Los billones destinados a la recuperación del Covid-19, deben servir para crear nuevos empleos y negocios mediante una transición limpia y ecológica.

Segundo: El dinero de los contribuyentes utilizado para rescatar empresas, debe invertirse en la creación de empleos verdes y en un crecimiento sostenible e inclusivo.

Tercero: Convertir las economías grises en verdes mediante la capacidad impositiva, logrando que las sociedades y las personas sean más resistentes gracias a una transición justa para todos y que no deje a nadie atrás.

Cuarto: De cara al futuro, los fondos públicos deben invertirse en el porvenir, destinándose a sectores y proyectos sostenibles que ayuden al medio ambiente y al clima.

Quinto: El sistema financiero mundial debe tener en cuenta los riesgos y oportunidades vinculados al clima.

Sexto: Para resolver ambas emergencias, la climática y la del coronavirus, debemos trabajar unidos como una comunidad internacional.