Nadie se salva solo: Estrategias cotidianas de inclusión financiera (y lecciones) en contexto **

19 de Marzo de 2020

Foto: Ariel Cristian Costantino para PNUD Argentina

Por Ma. Verónica Moreno - Jefa de Mapeo de Soluciones - AccLabPNUDArg @mveronicamoreno

De la exploración con informantes clave, vinculados a la inclusión financiera, emergieron tres desafíos: medios de pago, ahorro y transición digital. La salida a campo nos permitió comprender qué es lo que las personas en situación de vulnerabilidad necesitan y qué estrategias despliegan.

Antes de avanzar sobre lo que aprendimos en el territorio, repasemos el contexto que enmarca y condiciona las estrategias individuales y colectivas.    

Partiendo de lo que se sabe

Vivir en la pobreza es caro.  Las personas, provenientes de hogares de bajos ingresos y con múltiples derechos vulnerados, pueden: pagar un precio más alto por ciertos servicios o productos; caer —por falta de alternativas—en esquemas de préstamos perversos de bajos montos y altas tasas, y con sistemas de pago intimidatorios y hasta peligrosos.

Existe una brecha significativa entre lo que las personas necesitan y lo que los bancos les ofrecen; desde la utilización de lenguaje poco claro en la comunicación hasta la falta de respuestas rápidas ante las fallas de acreditación de los pagos en pequeños comercios, que viven el día a día.

No todo acceso a servicio financiero representa un mecanismo de inclusión. Hay esquemas, incluso provenientes del sistema formal, que generan o reproducen la exclusión; endeudando a las personas de manera predatoria.

Los microcréditos, por sí solos, no constituyen una herramienta transformadora. Es necesario tener una mirada estructural sobre los modelos de desarrollo económico y la creación de cadenas de valor. La salida de la pobreza requiere de múltiples intervenciones.

La situación de Argentina es crítica; más del 35% de la población vive en la pobreza, las mujeres representan uno de los grupos más afectados y gran parte está severamente endeudada. Incluso, volvió el trueque… hasta en forma de descapitalización (la gente intercambia sus posesiones, sabiendo que probablemente no vuelva a reponerlas). Hay mucho por hacer.

Reconociendo lo que se necesita y lo que funciona (porque las propias personas lo dijeron)

A pesar de los obstáculos mencionados, las personas desarrollan múltiples estrategias para superarlos. ¿Qué es lo que encontramos en nuestra salida a campo? Vayamos punto por punto.

Medios de pago. Los expertos remarcaron que los pagos constituyen una situación diaria porque todos pagamos por algo.  Debido a esta cotidianidad, los pagos pueden convertirse en la puerta de entrada para fomentar la inclusión financiera. Si se adoptan soluciones convenientes, éstas podrían promover la incorporación de nuevas experiencias, y/o al sistema financiero formal. Los pagos también suponen beneficios concretos para consumidores (practicidad, financiación, etc.) y comerciantes (aumento de competitividad, etc.). Por algo (¿por pagos?) se empieza.

En los barrios identificamos negocios que ofrecían el pago digital como servicio agregado a su oferta original (librería, farmacia, etc.). Sus usuarios los valoran porque, donde la alfabetización digital es incipiente y la infraestructura deficiente, les ahorran tiempo de traslado. Estos comerciantes, que pagan con sus computadoras, inspiran confianza en la comunidad porque ya son conocidos.

En una feria de la economía popular encontramos dos puestos que ofrecían pagos digitales. Ambos se destacaban por estar muy bien organizados, vender productos con valor agregado y, en uno de ellos, el comerciante se presentaba con una tarjeta personal. Intuimos que estos negocios podían inspirar confianza en los demás.

¿Los pagos, por más que sean digitales, son impulsados originalmente por la confianza?

Ahorro (cuando se puede). Muchos expertos coincidieron al calificarlo como una fuente de empoderamiento al permitirle a las personas mitigar cambios de la macroeconomía (desempleo, etc.) y alcanzar objetivos más distantes. Ellos remarcaron que la clave está en propiciar cambios de comportamiento; los entrevistados coincidieron.

En un banco comunal tuvimos una revelación. Al preguntarle a sus integrantes cuál había sido la principal lección que extraían de esta participación, no hubo dudas: la adquisición de herramientas de planificación que luego trasladaron a su economía doméstica. En lugar de hablarnos de sus (bajos) ingresos, destacaron sus gastos. Ellos reconocieron la necesidad de dejar de: comprar cosas que no necesitaban (según sus propios parámetros); acumular mercadería perecedera (que se echa a perder sin ser consumida) y evitar la tentación de los descuentos. No se trata de evaluar —desde afuera— la legitimidad de ciertos consumos sobre otros, sino de iluminar los mecanismos que nos llevan a consumir cosas que, al final, ni siquiera usamos. ¿Suena familiar?

Dado que existe la intención de ahorrar, los acuerdos interpersonales —en distintos ámbitos— que permiten la postergación/ privación del consumo (no priorizado por los individuos) o la acumulación de capital de manera colectiva son valorados. Estos acuerdos se basan en la confianza, el soporte mutuo y el sentido de comunidad, e iluminan que cuando la gente colabora, puede llegar más lejos.

Los instrumentos físicos, como las alcancías, siguen siendo efectivos para diferenciar tipos de gastos; otra estrategia recurrente es la acumulación de material para la construcción o mejora de sus viviendas.

Transición digital. Es un hecho: los jóvenes están más receptivos a incorporar tecnología. Las prácticas de educación digital intergeneracional —donde ellos enseñan a los adultos cómo incorporar nuevas experiencias— son extendidas. También identificamos espacios de trueque digital, pero a escala comunitaria y con intercambios físicos.

Confianza, cercanía, organización social y políticas inclusivas: claves de la inclusión financiera  

Las soluciones mapeadas son apropiadas por las personas, más allá que las hayan diseñado (o no); entre los usuarios se difumina la barrera entre destinatarios e impulsores. La mayoría está atravesada por la confianza y cercanía, y —cuando hay organización social— los procesos se aceleran.

Aunque estamos abordando la inclusión financiera, reafirmamos algo más importante: se necesita que las personas implementen estrategias que les resulten convenientes, que las redes asociativas tejan lógicas colaborativas y que los actores sociales —con la responsabilidad ineludible del Estado— impulsen modelos de desarrollo inclusivos.  La dimensión financiera no es la excepción: nadie se salva solo.

 ** Este texto fue escrito antes de la irrupción del coronavirus -COVID-19-, que —entre otras consecuencias— tendrá un gran impacto económico entre las personas en situación de vulnerabilidad, los cuentapropistas, etc.

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